Se ha cerrado un ciclo. Hace veinte años aproximadamente, mis tiernos ojos se estrenaron en el Palacio de los Deportes de Madrid, viendo a los por aquellos entonces rockeros, Bon Jovi, acompañados de Dan Reed Network. Hoy he vuelto, con más canas pero con los mismos nervios que tenía cuando esperaba con ansias que llegara el momento de ver a tus ídolos. Y es que uno no se pega más de quinientos kilómetros por ver a cualquiera. Y tener la oportunidad de ver a los australianos no podía desaprovecharla. Fui afortunado de conseguir las entradas a tiempo.
Como en aquellos tiempos, hemos viajado escatimando los gastos a lo máximo, pues la crisis te hace que ni siquiera te plantees acercarte al puesto de merchandising oficial, y te contentes con echarle un vistazo desde la lejanía de la cola donde nos pusimos a esperar el cacheo reglamentario.
Una vez dentro, nos dejamos llevar por la marabunta de camisetas negras y greñas buscando un lugar donde ubicarnos. Si hace veinte años, fue la segunda fila en la parte izquierda del escenario, ahora tocaba disfrutar del global en el extremo opuesto y en la grada.
Nos perdimos a los teloneros, The Answer, por un fallo a la hora de leer los horarios, así que esperamos pacientemente a que AC/DC hiciera acto de presencia. Contaba los segundos que faltaban, y la gente abarrotaba el Pabellón. Paloma alucinaba, pues no recordaba tanta aglomeración de gente en un concierto. Y es que estábamos 18.000 almas esperando a que los Young & Cia se dejaran la piel en en escenario.
Se apagan las luces a la hora señalada, las 21:30. Yo ya estoy que no quepo en mí, parece que no haya asistido nunca a un concierto, y en una cosa es verdad: nunca he estado en un concierto de AC/DC. Ha llegado la hora, el griterío en el Pabellón es ensordecedor.
Una animación en las pantallas gigantes con un Angus haciendo de maquinista de una infernal locomotora se lanza a toda pastilla hacia no se sabe bien donde, mientras dos chatis jamonas intentan por todos los medios frenar el la máquina. Pero ahí está Angus, y sus “encantos” para hacer que ellas desistan. Pero los “encantos” de las féminas consiguen reducirlo. Todo inútil, la locomotora se estrella contra la pantalla y en una espectacular explosión irrumpe en el escenario, cubierta de fuego.
Suena el primer riff de Rock’n’roll Train, se me clava en el cerebro, y allí aparecen, como siempre: Phil Rudd a la batería, aporreando como él sólo sabe (se rumoreaba que no tocaría, y sería sustituido por el calvo pero al final no fue así), Cliff Williams, complementando la base rítmica, siendo ambos una máquina perfectamente engrasada. Malcolm Young, el hermanísimo, con la rítmica, en su puesto; Brian Johnson con la sempiterna gorra y por supuesto, Angus, vestido de colegial, a pesar de sus 54 años recién cumplidos.
No puedo dejar de menear la cabeza, echo de menos mis lanas cortadas recientemente, pero el rock no distingue de longitudes capilares, o de alopecias, o de llevar más o menos parches, o de ser jebi de catálogo o no, según se mire. Luego lamentaría tanto movimiento brusco de cervicales.
Casi sin descanso, prosiguen con Hell ain’t a bad place to be, recuerdos de otras épocas del fallecido Bon Scott. Todavía no me lo creo que esté allí, que pueda disfrutarlo con mi mujer, y que el ambiente sea tan grande. Mis ojos van de un sitio a otro del escenario, a las pantallas gigantes, al público (donde miles de cuernos diadema que vendían por diez euros, parpadean en la oscuridad), intento no perder ni un solo detalle.
Back in Black es mi primer pelotazo de la noche. Los pelos los tengo como escarpias, y taladran el fino algodón de mi camiseta. El Pabellón parece que se va a caer, y temo perder el equilibro en el reducido espacio que tengo por plataforma. Aquí decido llamar por teléfono a Dani el Marqués, pues este tema me recuerda mucho a él. Por el ruido ensordecedor y mi sordera, me parece distinguir que el teléfono lo coge Mari Carmen, y en mi imaginaria cabeza interpreto que me dice que el niño estaba durmiendo (y yo berreando “Bak in blak ai jit de sak aif biin tu long aim glad tu bi bak”). Pido disculpas y no sé si llega a oirlo, así que cuelgo.
Insisten con el nuevo disco con la pegadiza y marchosa Big Jack, que la gente corea bastante competentemente, y ya es un no parar, con la impresionante Dirty Deeds Done Dirt Cheap, seguida de cerca de Shot down in flames, clasicazo del Highway to Hell.
Y por favor, aquí están, los primeros acordes de Thunderstruck, que me mandan una orden a la mano para volver a marcar el móvil, y llamar esta vez a Haidam, y aquí sí logro oir que descuelga y le grito Zaaaander!!! varias veces. Es hora de disfrutar del tema. Parezco el niño poseso del concierto de Stratovarius en Mijas, dando saltos, voceando (que mal mi garganta al día siguiente). A partir de ahí, desistí de llamar más a nadie, pues no sabría si lo cogerían, le hablaría a un buzón de voz, o al “apagado y fuera de cobertura”.
Intento hacer todas las fotografías posibles, y echo de menos a mi negrita y su potente zoom, pero la Casio se porta a pesar de las condiciones de luz y lejanía.
Necesitaba descansar, y son tan buenos y piensan en su público, que nos regalan Black Ice, tema perfecto que da nombre a su último disco que pasa sin pena de gloria, pero que a mí me sabe a ídem para poder frenar un poco y recoger fuerzas.
Y llega uno de los momentos de disfrute total con The Jack, que Brian presenta como una canción sobre una dirty woman. Y en las pantallas gigantes enfocan a una (como le gusta decir a alguien que conozco) melonera con camiseta ajustada de AC/DC, que fue protagonista junto a otras chicas del público de sus momentos de gloria, ajustándose los melones en alguna toma para deleite del resto del pabellón, enseñando tanga incluida.
Angus vuelve a la carga con su ya clásico striptease, en el que se cómo se lo pasa como un enano, y el resto de mortales allí reunidos más. Son sus carnecillas al aire, el clímax llega cuando enseña los gayumbos con el logo del grupo.
Una vez relajados, no me podían dejar así, y pronto observo que empieza a bajar la campana, la campana del infierno con el logo de AC/DC labrado. Me vais a perdonar, pero uno tiene su coranzoncillo y las lágrimas empezaron a emerger tímidamente. Sí, me emocioné, esa canción me llega al alma siempre que escucho Hell Bells. Brian Johnson hizo de Tarzán improvisado colgándose de la cuerda, sin mucha más historia, no fuéramos a una lesión tonta, mientras sonaban las campanadas del Averno, hasta que Angus rasca su Gibson con los acordes del gran temazo.
Vuelven a la carga con otro cartucho de mi disco (Back in Black), Shoot to Thrill, al que le siguen War Machine y Anything Goes, también bastante pegadiza de su último trabajo empalmando con otra del estilo y festiva como es You Shook Me All Night Long. (si es que el Back in Black…)
T.N.T. fue otro momento culmen, dinamitando literalmente el recinto, y son esos momentos donde los coros de Malcolm y Cliff se hacen patentes, pues siempre están en un segundo plano.
Y llega el momento donde Brian hablad de su ¿novia? y presentando a la bestial Whole Lotta Rossie, aparece la muñeca hinchable gigante montada sobre la locomotora. Por nuestra situación sólo podíamos ver los melones cuando no las tapaban los altavoces. Una de mis canciones favoritas (que los Guns n’ Roses versionaron en su momento), que ejecutaron tal vez un poco más lenta de lo que a mí me hubiera gustado.
¿Y cómo se podría terminar un show como el que estaban montando estos australianos? Sencillamente, con Let There Be Rock, por supuesto, una larguísima interpretación, donde el protagonista absoluto es Angus, adornado al principio por la colección de portadas de su discografía, presentadas por las pantallas gigantes, que se subió a la plataforma central y posteriormente interpretó su clásico sólo de guitarra para deleite de los presentes, que sin ser el mejor de la historia, sí que puede ser de los más aclamados consiguiendo su objetivo, poner en ebullición a más de 17.000 asistentes.
Se van, pero nosotros sabemos que van a volver, qué ilusos, aún quedan dos cartuchos de pura dinamita en la recámara que ellos tienen la obligación de tocar.
Tras la pausa, el escenario se torna rojo infierno, y las los focos iluminan el suelo, donde entre el humo, como una criatura emergida de los abismos más profundos de la urbanización que tiene Pedro Botero, aparece Angus, con los cuernos rojos como sombrero. Señores, Highway To Hell, qué se podía esperar si no. Esto huele ya a su fin, pero vaya final. Todo el mundo la cantamos, mejor dicho, la vociferamos, dejándonos hasta los últimos nódulos de nuestras forzadas gargantas. A estas alturas, eché de menos no tener ni una mísera botella de agua que llevarme a la boca.
Casi sin descanso, aparecen los cañones, ya sabemos de qué se trata, y por si alguna andaba despistado, el riff de For Those About Rock acompañado de los oportunos cañonazos te lo recuerda. No puedo evitar que otra vez (por enésima ocasión en esta noche) se me ericen los pelos. A este paso mi camiseta parece más apropiada para pasear por Chueca que por un concierto de peludos (a menos que sea de Marilyn Manson). Me acordé de mucha gente que me encantaría que estuvieran allí, y que lamentablemente no lo estaban , pero nosotros disfrutamos por ellos.
Esto se acaba, se nos ha hecho corto, los cañones agotan su munición, el final es apoteósico. Han sido dos intensas horas, que me han parecido muy cortas, yo hubiera seguido y seguido, pero bueno, estoy como un niño pequeño, como aquel niño que estuvo en ese mismo sitio hace veinte años, con la misma ilusión y con la misma satisfacción. Ojalá todos los ciclos fueran igual.