He dejado pasar el tiempo a propósito desde que falleciera Ronnie James Dio, más que nada por no tener que escribir en caliente sobre lo que sentía. Pensaba que no me iba a afectar esto, ¿acaso era un familiar mío, un amigo cercano, alguien con quien tuviera contacto cotidiano? No y sí. Puede resultar paradójico que alguien, a quien personalmente sólo has visto un par de veces en tu vida y a unos prudentes metros de distancia, o a muchos de ellos, deje un vacío tan grande. Y es que, sin quererlo ni pretenderlo, Dio se involucrado activamente en la vida de muchos de nosotros, de los que nos gusta el rock.
Cada uno tendrá sus anécdotas personales que han hecho que este cantante, menudo de tamaño pero grande de voz y carácter, sea un cachito de nuestras vidas.
Recuerdo la primera vez que oí hablar de él, y fue en unas noticias del telediario, donde se mostraba la noticia del festival de Donington, lugar de peregrinación a modo de la Meca para todo heavy metalero de la época. Los estereotipos ochenteros se mostraban en casi su total plenitud, desde el que decía que había robado para conseguir el dinero para viajar hasta los que, litrona en ristre defendían que Dio era el puto amo, al que sólo había que ponerle una ese al final de su nombre para ensalzarlo. Yo, por aquellos entonces, pensaba que junto a Iron Maiden no podría haber nada más celestial. Pero escuchar el fragmento en directo de Stand Up and Shout me abrió un poco la estrecha y unidireccional sesera propia de mi adolescencia. Desde entonces, ese tema era para mí un referente de que había música más allá del The Number of the Beast o incluso del Live After Death.
Luego llegaron los videoclips, donde se contaban historias, y claro, con el mando del vhs en ristre, más de uno cayó en las hambrientas garras de imágenes icónicas de unos muchachos que nos juntábamos más de una tarde a ver lo que grabábamos. Last in Line, y sobre todo Rock’n’Roll Children, nos hizo disfrutar y nos marcaron a más de uno para siempre.
Quiso también el destino que mi primer disco de Rainbow, una de mis bandas favoritas, fuera el Rising, cuyo primer temazo, Tarot Woman, mostraba toda la energía que la voz de Dio es capaz de transmitir. No sé si fue gracias a él o mi admiración anterior por Ritchie Blackmore lo que motivó que Rainbow pasara al top ten de mis grupos a tener toda su discografía. Si fuera por simpatía, seguro que sería por el primero.
Y es que este señor, tal vez no tan agraciado físicamente como Bon Jovis, Joey Tempests, Bret Michaels o Sebastian Bachs del momento, llenaba más el escenario que tanto atractivo melenudo y enlacado varón.
De nuevo el destino puso en mis manos Heaven and Hell, mi primer disco de Black Sabbath, y contra todo predecible pronóstico de oyente de rock, no soy de esa mayoría que piensa que los Sabbath auténticos son los de Ozzy. Siempre me quedaré con la etapa de Dio en esta mítica banda, y Heaven and Hell, y su tema Die Young, sobre todo, entre mis favoritos de todos los tiempos, tal vez de las canciones más intensamente intensas que haya escuchado nunca. Quémenme todos los cds que tengo en casa, pero el Heaven and Hell sería de los pocos que podría salvar de esa quema.
Desde luego, la prodigiosa voz de Dio lo convertía en uno de los iconos del Heavy Metal, la insignia de los cuernos dentro de este colectivo fue obra suya, aunque mal interpretada por los detractores que lo veían como un símbolo del mal, de lo satánico (y también aderezado por gran parte de los propios usuarios, todo hay que decirlo).
Hasta ahora, Dio en mi vida sólo había aparecido en forma de cassettes, de vinilos, de cds, revistas y de ver sus vídeo clips en la televisión. Hasta que llegó el día en que pude verlo en directo, en un directo bastante atípico, en Murcia, donde él no era el único protagonista, sino que hacía combo con Deep Purple y la Orquesta Sinfónica de Rumanía. Puedo decir con orgullo que este fue, sino el mejor concierto de mi vida, sí uno de los mejores. Tocar con los grandes Deep Purple, cantar temas que no eran ortodoxamente rockeros, si no más cercanos al musical de Brodway e incluso más lejanos y darnos unas propinas de lujo, como fueran algunos temas propios, de los más emblemáticos, hizo que no pudiera reprimir unas lágrimas ante este espectáculo, Y es que, los rockeros, a veces somos sensibles. Tenía delante de mí, a apenas cincuenta metros a Ronnie James Dio. No espero comprensión ni la deseo.
Ni la torrencial lluvia que nos acompañó por la autovía de regreso a Almería consiguió borrarme la sonrisa que se me quedó dibujada en el rostro.
No sería la última vez que viera a este pequeño gran hombre. En el festival Metalmania del 2003, en Villarobledo, se juntaron un buen puñado de grupos, pero casualidades de la vida, había tres grandes divinidades, casi mi Santísima Trinidad rockera: Iron Maiden, Lemmy Kilmmister y Ronnie James Dio. Aquí sí que no me iba a perder a ninguno de ellos.
A pesar de actuar bien entrada la noche, teníamos que estar en la primera fila, y así lo hicimos. Esta vez era un show completo de Dio. Manolo y yo nos situamos pegados a las vallas, viendo como Mickey Dee se zampaba grandes cantidades de cerveza y charlaba con nosotros no me acuerdo sobre qué. El Amo del Calabozo no nos decepcionó en absoluto, e incluso se permitió el lujo de cambiar la letra de Man of the Silver Mountain bromeando sobre el estado de Mickey Dee, que seguía allí abajo. Sus repartos de cuernos a diestro y siniestro con esa simpatía, llevaban dedicación personalizada. Yo pillé varios, y eso era mejor que pelearse por una púa.
Tras el concierto de Dio, hasta las extremas condiciones meteorológicas de la estepa manchega nos parecieron más suaves y placenteras.
No podía dejar pasar otro momento clave en mi vida, como fue el día de mi boda, y allí, entre los muros de la más simbólica Iglesia de Santiago de mi ciudad, conseguí meter a varios melenudos que tal vez otros no hubieran dejado entrar. Dio era uno de mis invitados, y con una políticamente correcta Rainbow Eyes, ponía banda sonora a un momento tan especial y único de mi vida.
Viendo esto, me doy cuenta, que no se trata de un extraño precisamente, que me afecte que ya no esté vivo físicamente, pero que sin embargo, sí que lo está en su grandísima obra, incluso en la de Elf, que descubrí no hace mucho.
Quién nos iba decir de ese pulcro jovencito de aspecto simpático y tímido y que más podría parecer un teddy boy que el Master of Dungeons que luego se convirtió. Referente para tantos y tantos artistas, algunos de los cuales que incluso llegué a leer en alguna revista especializada que se mofaban de los dragones de plástico de sus escenarios porque ellos eran más auténticos y que el heavy metal tradicional estaba muerto. Hoy, algunos de estos, le rinden tributo.
No es de extrañar que dentro del mundo de la música haya supuesto un golpe muy duro, de la pérdida de una persona insustituible y cuyo vacío no creo que se vuelva a llenar.
No es el primer músico que fallece, y de hecho en los últimos meses otros han seguido el mismo camino, por distintas circunstancias , y esto te hace volver a la realidad, que tus héroes, los dioses entre comillas, también mueren. Por suerte, su legado sigue presente, y hoy puedo escuchar como si fuera aquel día, un Long Live Rock’n’Roll.
Buenísima crónica. El legado que nos ha dejado este monstruo de la música lo mantendrá siempre vivo en nuestros corazones.
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